Cuando alejarse es la mejor opción.



Érase una vez una joven de corazón muy sensible. Que vivía en una azotea de una gran ciudad. Cada vez que escuchaba hablar a los seres humanos, con alegría, se alegraba. Pero cada vez que oía mala intención en sus palabras, se entristecía y no sabía cómo apartarlos.

Los vecinos del inmueble carecían de noble intención. Eran muy egoístas. Pero lo peor no era eso, sino que mentían. Pues nadie, ni el mayor de los villanos, aceptaría nunca que sus actos no están adecuadamente justificados.

Una vez conoció a un vecino del cuarto piso, que parecía saber cómo vivir entre los humanos, sin salir mal parado. Pero al cabo de un tiempo y como a la joven le gustaba curiosear la biblioteca y le preguntaba por mil cosas, le gritó que era una ¡entrometida! y una necia y que jamás aprendería nada, porque estaban a años luz el uno del otro.

Así que la joven volvió a su azotea, más triste, más insegura y más nerviosa que nunca.

Allí sentada miraba el mundo, pensando, "¿Por qué son así?". Es más fácil y más sencillo dedicar una palabra amable a los demás que querer pisotearlos. Pero la gente, por algún motivo incomprensible, era feliz viendo a otros sufrir. Cosa que, en opinión de ella, nunca había solucionado la vida de nadie. Es más, volvía el entorno peligroso para todos.

Asustada, pensó, "no me importa encontrarme con otros humanos, pero ¡por favor que jamás tenga que volver a ver al vecino del cuarto!" Pues al pensar que había sido una ayuda, realmente sufría más con el desengaño.

He aquí que un muchacho del tercer piso sabía que la joven subía y bajaba de la calle a la azotea sin ser vista, y creyéndose capaz de consolarla, subió un día y dejó a los pies de su "vivienda" un gatito negro.

Se llama "Corazón", le escribió en una nota.

El gato era un tanto torpe y bastante singular. Tenía el pelaje todo negro, con una mancha sobre el pecho, justo bajo la garganta. Era simpático y curioso, y era sobre todo inocente. Se enfadaba con la misma facilidad con la que se desenfadaba.

Cuando la joven bajaba a la calle, Corazón la seguía docilmente. En una de estas ocasiones, el vecino del cuarto iba hablando con otra persona y le pisó el rabo al gato. Asustada, ella lo cogió en brazos. No había pasado mucho tiempo cuando el minino volvió al suelo y se entretuvo husmeando un trozo de moqueta desilachada. ¡Con tan mala suerte que estornudó y cayó rodando un tramo de escalera!
En el segundo piso, donde fue a aterrizar, colocó las patitas sobre unos cables pelados y se electrocutó ligeramente. 
En el primer rellano una señora le pasó por encima con el carro de la compra. Descuidada, ni se paró.

-¡No hay quién te cuide! -gritó la chica de la azotea -¡a este paso será mejor que te encierre en casa y te quedes allí!

Y Corazón, lloroso, se encogió y se negó a moverse.

Hasta que una niña que bajaba a la calle pasó por su lado. Se inclinó y le acarició el lomo.

-Qué gato tan bonito. 

-Pero es un poco desastre -contestó la chica de la azotea.

-Igual es que no sabes cuidarlo.

-Pues puede ser, no hace más que tropezar con seres que lo tratan fatal.

La niña lo volvió a acariciar y el gato se frotó contra sus piernas. Olvidó toda precaución y le saltó a los brazos.

-Igual puedo darte unas normas para cuidarlo -dijo.

1)No permitas nunca que le hablen mal. Si es necesario, pon a otros delante para que sean testigos.
2) Quédate cerca de quien lo cuide y sea cariñoso.
3)No creas en las palabras, sino en los actos de los vecinos del inmueble. Todos se creen super-especiales y correctos... muy pocos lo son en realidad. 
4)Recuerda que su curiosidad es la base de todo aprendizaje, no le reprendas por tenerla.
5)No dejes que tome cosas que le son perjudiciales, aunque creas que así le das un capricho.
6)Dale un montón de momentos felices para que así cuando se encuentre en dificultades, pueda recordarlos y se sienta mejor.
7) Y, sobre todo, aléjalo del vecino del cuarto. 

Eso hizo la joven de la azotea y jamás le volvió a dirigir la palabra ni a dejar que le arrollara con la puerta o lo menospreciara.

Poco a poco fueron pasando los días, y los meses, y el gato dejó de ser un gatito y se convirtió en un animal espléndido. Un felino ágil, audaz y seguro, que sabía evitar los peligros del inmueble. 

Lo único que necesitaba era un poco de tiempo, armonía y soledad.

FIN. 




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