Mi experiencia como meditadora.

 Os voy a contar una historia sobre budismo.


Hace muchos (muchos años, ¡jajaja!), una compañera de trabajo se puso a hablar de una cosa y otra compañera contestó con algo diferente. El que entonces era mi jefe, que ahora es mi compañero de trabajo, se levantó y dijo algo, que venía a ser algo así como que él hacía meditación. Y entonces, ante mi perpleja mirada, se sentó y cerró los ojos muy sereno y concentrado.

Yo lo primero que pensé fue: "¿pero qué hace? ¿qué hace? ¡¿se puede hacer eso!?", que es más o menos lo mismo que pensé la primera vez que vi al actor sobre el escenario e hizo lo que hizo. Son situaciones diferentes, claro, porque en una yo estaba muda y perpleja, y en la otra no paraba de reír. Si bien el pensamiento es el mismo: "¿está permitido?"

¡Pero qué hace!

Yo admiraba tanto a esta persona de mi trabajo que -tras darle mil millones de vueltas al asunto-, concluí que esta persona era tan guay porque sabía Budismo. Y os podéis imaginar que compré libros, me leí lo más gordo que encontré (El Libro Tibetano de la Vida y la Muerte), empecé a meditar, etc.

Pero yo no entendía a esta persona. Un día me dijo: "Te voy a hacer un regalo". Y yo miré impaciente la pantalla... y me regaló un mantra.

What?!

Digamos que yo buscaba super-poderes (gente que levitaba y no le afectaban los sentimientos) y el camino no iba por dónde esperaba...

Y llegó un día en que me propuso meditar. Eso sí lo recuerdo. Veréis, básicamente, lo que hice fue sentarme y cerrar los ojos y meditar pero del susto que me di y de la pena que sentí luego, se me cayó una lágrima. Vamos a ver si consigo explicarlo. Imaginad un hotel. Un hotel, con un millón de habitaciones. Tú siempre has pensado en las habitaciones como partes aisladas y que puedes ir a unas u a otras según lo que estés haciendo. De hecho, lo aparentemente acertado es colocar lo que te va pasando en un cuarto o en otro. Y así tienes la realidad controlada. Bueno, pues lo que pasó, mi primera experiencia, fue darme cuenta de que yo era el hotel. No las habitaciones, sino algo más grande. Y me dio tanta pena lo ciega que había estado y sentí tal alivio que se me cayó una lágrima. Luego pensé: "pues vale". Me levanté y seguí analizando, juzgando y metiendo el mundo en cajas.

Cosa que sigo haciendo hoy. 

Y llegó un día en el que este compañero de trabajo me propuso ir a un templo budista.

Investigué una semana entera sin saber ni por dónde empezar a buscar. Y al final, me atreví a ir a un templo que estaba bajo una tienda en un barrio de nombre afortunado. Nunca había estado en uno así que cuando entré me pasaron dos cosas. La primera es que noté un ambiente muy (no sé qué palabra usar) fuerte, determinado, cargado,... especial. Muy "sólo del templo". Igual que cuando entras en una gran catedral de piedra. Lo notas. Es frío, es antiguo. Vale, el templo budista no era así. Así que la primera sensación fue esa, su energía. Y la segunda es que vi un montón de estatuas como las de las pelis de Indiana Jones, con muchos brazos y cabezas de elefante. Luego mi primer pensamiento consciente fue:

"Voy a ir al infierno".

Tal cual. Y es que, veréis, allí había un gigantesco buda dorado. Y una torre con budas pequeñitos. Y no sé vosotros, pero yo recuerdo una lectura de la Biblia que decía "ni se te ocurra adorar a ídolos..." Y pensé, ya está... al infierno de cabeza.

Los lamas eran lamas de verdad, con túnica naranja y todo eso. Me gustaba su voz, aunque no hablaban castellano (solo el Ghese), y -sobre todo- me gustaba que el más mayor se reía mucho.

Yo no repito mantras. Ni mantras ni oraciones en la Iglesia. No me gusta. Me pone nerviosa. Y considero que lo que yo le diga a la Divinidad es algo íntimo que no necesita ser expresado ante los demás. Las oraciones me protegen a mí. Y he sido obligada a repetirlas sin querer hacerlo cuando era niña. Considero que hacer eso es una forma de hipocresía y no me gusta (un día hablamos de mi segunda parroquia. La primera no, la primera era genial porque era una catedral...., la segunda estaba especialmente orgullosa de dar una imagen sin que importara lo que había debajo). 

Volvamos al Templo.

Ocurrió que pasado un tiempo y tras abandonar las enseñanzas del Lama (le hice una pregunta y se rió tanto que me puse roja), pensé acudir a una meditación.

Era una meditación guiada.

No sé si fue la primera vez que llegué al templo pero recuerdo que antes de entrar en él me puse nerviosa, me acerqué a por un vaso de agua y un señor que estaba detrás mío se puso a cantar mantras. Yo di un brinco y no salí huyendo del edificio de puro milagro. Cuando le dije lo de ese hombre al que me enseñaba, me contestó: "Qué curioso".

Bueno, el caso es que fui a una meditación guiada. Era con cuencos tibetanos. Un señor tenía un montón de cuencos y básicamente era lo mismo, era meditar, pero con un guía. Mucha gente se dormía, yo no entendía eso. 

Nadie te habla de la vibración. La vibración de los cuencos, al principio es sonido, luego es vibración. Voy a ser muy honesta. Yo me senté allí en mi postura de meditadora novata, respiré hondo y esa dichosa vibración era como una lima (no os lo puedo describir mejor) que me fue quitando capas y capas y capas y capas... hasta que sencillamente pensé "si esto sigue así, desapareceré". Y esa sensación, amigos lectores, no es que sea desagradable, es que es aterradora.

Somos lo que somos. Humanos. Estamos aquí, allá, nos movemos... seguramente, todo lo que nos pasa se puede explicar con la ciencia. De eso estoy casi segura. De ahí que tanto quitar capas me entró terror. Pero a la vez me gustaba. Era liberador.

Así que esa meditación se hizo tan popular que hubo un momento en que la gente no cabía. Muchos dormían. Yo no.

Y un amigo mío, músico, en mi siguiente cumpleaños... ¡me regaló un pequeño cuenco tibetano! Cuando lo vi, (yo que había recorrido tiendas donde todo eran adornos insulsos y carísimos) y me dijo: "no es un adorno, es de una tienda de música de la calle Mayor y es de verdad", me puse loca de contento. ¡Un cuenco! ¡Chiquitito! (qué caros son).

Y, claro, casualidades de la vida, salió un curso de cuencos en el templo.

Lo más curioso de todo es que los 5 que fuimos al curso, trabajábamos en seguros. Y el guía dijo:

-No pasa nada, en la anterior eran todos profesores.

¿¿??

¿¿Seis millones de personas y metes a 5 aleatoriamente en una Sala y todos se dedican a lo mismo??

¿Me tomas el pelo?

Es como cuando el actor se confundió de tren y yo estaba en una estación esperando para ir al médico y haciendo tiempo, y en lugar de coger el mismo tren que cojo siempre, me fui a levantar en el momento exacto en que pasaba otro y me dijo un empleado de la estación: "¡ve en ese tren que va al mismo sitio! ¡corre!" Y yo subí, me senté, le dije al actor "¡¡no puedo escribirme más contigo!! ¡¡Porque me gustas!!" y entonces miré la puesta de sol y le saqué una foto y la misma, la misma puesta de sol me llegó al móvil y me dije: ¿qué? Y ambos pusimos: "voy en un tren rumbo a..." Y aquello era matemáticamente improbable y ... demasiado increíble para ser verdad y ... entonces él vino al último vagón y nos vimos. Nos vimos y yo no hacía más que ponerme nerviosa y mirarme la punta de las zapatillas.

Ese tipo de cosas son las que pasan en este mundo.

Volviendo a 5 personas que deciden ir  a un curso y todas trabajan en aseguradoras.

El profesor vio mi pequeño cuenco, lo levantó, lo sopesó, lo examinó y dijo: Este cuenco es genial.

-¿Ah sí?

Bueno, no era el más grande de los que había en aquella aula.

-Sí, mira -el guía le dio un golpe, le dio vueltas con ese bastón que traen para tocarlo y el cuenco subió de nivel hasta inundar la sala.

-Vaya.

-Es pequeño -dijo el guía-, pero alcanza una vibración muy alta.

-Ah.

-Toma, tócalo.

¿Creéis que le arranqué algún sonido? Nada.

Ni yo ni nadie. Se nos daba fatal.

Nos enseñó cómo tocarlo ( o como debería sonar) algunos movimientos, algunas meditaciones y nos dijo que no cortaramos el sonido de golpe, si es que aprendíamos a hacerlo.

-Se usa en medicina para hacer diagnósticos -añadió.

-¿Ah sí?

¿Imagináis mi cara? Chica escéptica pensando en "mejor vete al hospital que no creerte cosas de la medicina ancestral de oriente".

-Sí, porque la vibración...

Y nos enseñó. Esto no pasaría de curiosidad, sino fuera por lo que ocurrió luego. Nos pusimos en parejas y hicimos algunos ejercicios. Todo era divertido, todo era guay. Yo te paso el cuenco por un brazo, tú lo pones en mi barriga (sin tocar). Todo eso estuvo guay. Hasta que vino el guía.

-Déjame un momento -me dijo.

Cogió un cuenco, lo pasó por encima de mi garganta, mi pecho, mi barriga. Yo sentí vibrar el cuenco, y sentí algo más raro que viene a ser como que te arrastraba hacia fuera. De manera que el espacio que había -y os doy mi palabra de que no os miento-, entre el cuenco y yo no era espacio. Sentía el espacio, sentía el cuenco... de repente di un brinco.

Ése era el guía.

Sentía al guía.

Y me asusté.

-Para.

Le agarré la mano. 

-¿Qué te pasa?

Yo estaba temblando como un flan.

"Tú estás dentro" y "lo de fuera está fuera". Sigo temblando ahora al recordarlo. "Lo de fuera está fuera" No puedo sentir lo de fuera.

-No quiero seguir.

Es como cuando un guía simpático de un curso "de pega" de meditación me dijo que jugáramos a mirar dentro del otro. "Mira al desconocido que tienes al lado a los ojos y dile algo de él". O de ella. Yo le dije a mi "yo interior" "Jugamos". Le dije que sí, que vamos a jugar. Me di la vuelta, miré a la chica, y le dije:

-Tu madre se llama Raquel.

Sin más.

Y la chica dijo: (y no olvidaré su sonrisa porque no se asustó): "Sí.. mi madre se llamaba Raquel, ¿cómo lo sabes?". 

Yo me levanté, y le dije al de ese curso: "Lo siento, no juego más". Me senté en un sillón y no quise saber nada más del asunto.

También le dije al actor: "Tú tienes una hermana".

Y de vez en cuando me dan arrebatos así y la gente me mira con esa cara... que no es miedo. No tienen miedo. Luego me preguntan: ¿pero cómo lo sabes? ¿pero por que has dicho eso?...

Esto es lo que yo trato que me explique quien me enseña Dharma... pero no lo hace (Estoy temblando como un flan...) pero tampoco tiene miedo.

Son misterios, como el del tren.

Saludos!!! 

Ah, posdata: el cuenco suena super-alto algunos días, cuando lo toco, y otras veces es sutil y persistente. Pero siempre maravilloso. 

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