Miercoles. En el que van a cerrar Madrid...

 

Ayer escribí muy poco. Cuando le conté el libro al actor, me dijo:
-¿Todo eso lo has escrito ya?
-Sí.
-¿Y son 20 páginas?
Eso me dio qué pensar.
Sí, son veinte páginas. Lo pensé varias veces a lo largo de las siguientes 48 horas. Y entendí algo. Estoy "contando", no "mostrando". Y eso es un problema. En veinte páginas yo te puedo contar muchas cosas, pero mostrar es más pausado. Mostrar es... yo te enseño... y tú sacas tus propias conclusiones.
Obviamente, a mí me gusta leer los libros de "mostrar". En Middlesex, el autor tiene un pasaje que muestra tanto que me engaña. Porque vas, vas, vas... vas con él, hasta que de repente dices: "¡¿qué?!"
Y ahí te paras y piensas en el autor.
Y tienes que volver atrás en el párrafo.
Habrá mil lectores que pasen por ese trozo de libro sin darle la mayor importancia, pero es que yo le estoy viendo componer. No a posta, claro, yo voy leyendo. Cuando leo, no pienso nada más, pero una parte de mi mente sí se fija en cosas. A saber cómo o por qué las capta. Ni siquiera es algo en lo que tenga que pensar. Es como una música... y de repente alguien mete un elefante.

-¿¿Pero qué??

Y te da la risa. ¡Jajajaja!
A partir de ese momento yo me quito el sombrero ante Jeffrey Eugenides.

La primera vez que me pasó algo así fue con Roald Dalh. Yo estaba leyendo Charlie y la Fábrica de Chocolate cuando un personaje se va por una especie de tubo o algo así, no recuerdo exactamente lo que fue. Sí recuerdo lo que pensaba yo antes de pasar esa página. Me dije: "Tranquila, haga lo que haga el autor no va a matar a un personaje, porque no va así". Tenía pocos años y aún estaba descubriendo normas del mundo (luego vino el Muso y allá fueron todas las normas). Pero en esa época estaba claro que un autor no podía matar a un niño. La historia -simplemente-, no podía ir así. Sencillamente, esas cosas no pasan.

Algo en la forma de escribir de Roald Dalh indicó lo contrario. Algo. Lo que sea. Y yo dije: "¿qué?". Y era muy pequeña y le di la vuelta a la hoja, hacia delante, y hacia atrás. Y sí. Se lo había cargado. Al niño. Pasé un buen rato con eso y aún lo recuerdo.

No me refiero a "te engañó", me refiero a la forma perversa de engañar. Y eso... es Roald Dalh. Esta en todas sus obras. Es una cosa... como que impregna el mundo de los adultos o cosas que no ve correctas. El egoísmo, el abuso de poder, lo que tú quieras... Roald Dalh es esa esencia. Y en ese libro era "yo me cargo al niño ..." glotón, egoísta o pedante, o lo que sea.. en realidad estaba criticando a los adultos. Ese "sin palabras" en aquella vuelta de hoja era Roald Dalh.

Esto a esa edad no lo ves, claro. Sólo notas que ha roto una norma y te preguntas por qué. Lo mismo que cuando nos obligaron a leer El Principito y a mí me pareció muy tonto y obvio al principio y cuando llegamos a la parte de los planetas me dije: "No creo que este libro sea para nosotros ahora". Y, efectivamente, lo leí mucho después (con dieciséis) y si ese libro es para  niños de siete yo soy super-woman. La clave fue el señor que contaba monedas en su planeta, eso me llevó como a... que allí había algo que era otra cosa y que no era para nosotros. Nosotros estábamos aún en la parte en la que creemos que una serpiente puede parecer un sombrero. Es otro tipo de mente y esa lectura fue un error.

Pero en Middlesex y con 34 años sí ves esas cosas (sobre todo si escribes). Ves como el autor te hace viajar a través de la mente de un personaje que siente alivio porque ha ocurrido lo que más temía. Es como cuando el personaje de Stephen King en It coge un taxi y sin más pone el autor (no cojas un taxi, te dará cáncer)  metiéndote de lleno en la mente de un obsesivo compulsivo sin avisar.!!!! Esas cosas se avisan, hombre. Se avisan... 

Traté de preguntarle sobre ello a Somoza en unas Jornadas pero me miró y me dijo que a él no le costaba ningún esfuerzo escribir desde puntos de vista que no eran el suyo (es psiquiátra) y yo no sé pero hay unas escenas en Zig-Zag que yo, sinceramente, no me atrevo a escribir. Y ese es un tema que he discutido en Twitter con gente que me dice que hacer ficción es eso... y el miedo... hay que apartarlo.

Hace bien poco pensaba yo en El Perfume porque era incapaz de escribir una escena de un asesinato.

He ahí la diferencia entre contar y mostrar.

En lugar de mostrarla, la acabé contando... 

De todos los libros de la Dragonlance, y confieso ya que mi novela de Mintauro es un homenaje a ellos y a esos quince y dieciséis años que me pasé enganchada, recuerdo una estupidez tan grande que más de uno se llevará las manos a la cabeza. Es una simple conversación entre un protagonista y otro, durante la cual el líder del grupo se tira al suelo y hace gestos para que entiendan lo que quiere que ellos hagan.

Es tan simple como eso. Una estupidez grandísima. Y a mí me impactó muchísimo. ¿El por qué? No lo sé. Pero detuve la lectura e investigué. Y si hago eso es porque algo me llama. Luego lo descubro, a veces años después. Y la clave es que Tanis deja de "contar" (haced esto, haced lo otro, jo, no me oís, oye...) ... deja de contar, y actúa. Muestra. Y a día de hoy no sé cómo el narrador me lo hizo ver tan claro. La Dragon, y nadie la recuerda ya, es una obra MAESTRA de narrativa comercial. Tanto es así que cuando tuve en las manos por vez primera El Código DaVinci, lo abandoné porque le dije a quien estaba delante mío el esquema narrativo de la primera página: párrafo largo. Punto. Frase breve contudente. Punto. Parrafo largo descriptivo.
Tal cual era, tal cual lo cerré. Y creo que me gustaría pero bueno, lo dejé en la página uno.
(No me aporta nada nuevo, como decía mi profesor de química del primer instituto).

A la altura del capítulo 3 de mi manuscrito dejé la primera parte contada y la segunda mostrada. El texto subió de páginas rápidamente. 

Y en esas estamos. 

Pero claro, pongo las noticias me dicen que van a cerrar Madrid y me voy a quedar sola con mi novela.




Qué injusto y qué adecuado, ¿verdad?... 
Faltan menos de 14 días para entregarlo.

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