Cuentos del Niño Mensajero... "El Elefante Azul"

¡toc toc toc!

-¡¡Nelly, Nelly!! -el niño mensajero de la Ciudad de los Cuentos llamaba insistentemente a la puerta de la Casa Consistorial. Las luces se encendieron tras golpear por tercera vez con los nudillos la hoja de madera- ¡Ya tengo tu encargo, Nelly! ¡Ábreme!

La alcaldesa, soñolienta, en bata y con zapatillas de lana, de cuadros azules y blancos, asomó la nariz a la plaza octogonal.

- ¿Qué ocurre?

- Tengo lo que me pediste...

- Yo no te he pedido nada - respondió Nelly frotándose los ojos con el dorso de la mano. Llevaba horas durmiendo-, ¿qué haces aquí tan tarde? 

Era una noche estrellada y pese a la proximidad de la primavera todavía hacía frío en la urbe. Salvo por el canto de los grillos, la quietud reinaba en las calles desiertas. 

- ¿Estas segura? Igual lo pediste durmiendo.

Resultaba poco corriente ver al niño mensajero trayendo un encargo cuando no se le había pedido nada de corazón. Nelly se extrañó, levantó la vista hacia el firmamento salpicado de puntitos blancos y brillantes y tras maravillarse de su belleza volvió a posar los ojos en la expresión franca del niño. Un poco más despierta por el aire fresco de la madrugada, le preguntó con interés:

- ¿¿Y que me has traído??

-Lo que me pediste: ¡mira!

- ¡¿Qué es eso?!

El niño mensajero se apartó a un lado para dejarle ver a la criatura. Allí estaba, pequeñito, simpático, juguetón, con la piel completamente azul y suave, salpicada de extraños dibujos. Y las orejas de color rosa, de aspecto fino y delicado. Apoyado en un cojín anaranjado con aire alegre y risueño, como esperando una bienvenida.




- ¿Se puede saber de dónde has sacado un elefante de color azul? - preguntó Nelly con los brazos en jarras.

- Bueno, tú lo has pedido...

- ¡¡Yo no he pedido un elefante!! -gritó-, ¡esperaba ver un tesoro, un libro, que me trajeras una adivinanza increíblemente difícil!, quizá ver un misterio resuelto pero... ¿¿un elefante??

El animal, como si quisiera anunciar su presencia, barritó estrepitosamente.

- Me has pedido un elefante azul -aseguró el niño mensajero-, y me he ido muy lejos a buscarlo...

- Sí, apuesto que a Valencia... -contestó la alcaldesa con mirada suspicaz.

El niño mensajero sonrió dejando entrever una inteligencia tan inabarcable como el Cosmos. Por el camino hasta el elefante había encontrado un sinfín de nuevos personajes, y estaba dispuesto a escribir muchos, muchos cuentos sobre ellos.

- Pero yo no he pedido un elefante -aseguró la alcaldesa cruzando los brazos- te has confundido.

Aquellas palabras, al ser pronunciadas, le dejaron un sabor a equivocación en la lengua. Como si hubiera dicho que dos más dos eran seis, o algo así.

- Estabas soñando cuando lo pediste...

Nelly se puso a pensar. 

- No sabía que atendieras deseos mientras duermo... -dijo, repasando mentalmente los sueños que había tenido.

- Atiendo todos los que me pides de corazón. Y con voluntad.

- ¿Y yo he pedido un elefante?

Cada vez estaba más confundida.

- Dormías -repuso el niño mensajero-y mencionaste algo... pero claro, como farfullabas pues... igual no me enteré bien.

- ¿No pediría un príncipe azul? - el ceño de Nelly se frunció hasta casi juntarse en una sola ceja arrugada-, ¿entendiste un "elefante" azul en vez de un "príncipe azul"?

- Bueno, "infante".. "elefante"... es parecido. 

Se echó a reír. Nelly comprendió que le estaba tomando el pelo así que le lanzó su gorro de dormir mientras el niño mensajero daba media vuelta y se alejaba por la plaza octogonal rompiendo el silencio con sus carcajadas.

- ¿Qué hago ahora con él? -gritó Nelly a las calles oscuras.

- ¡Ponle un nombre! -la respuesta llegó amortiguada por la distancia -, ¡desde hoy la ciudad de los cuentos tiene un vecino nuevo!

- Sí, ya veo, ¡un paquidermo! -respondió Nelly en voz baja.

En menudo lío se habían metido. 

De nuevo el animal barritó despertando a todos los que dormían cerca de la plaza. Sonaba como una trompeta sin afinar. Luego, con paso alegre y decidido, caminó al interior de la casa consistorial, donde su torpeza empezó a derribar los objetos que había dispuestos sobre los muebles. La alcaldesa lo siguió con actitud derrotada. 

- Ese dichoso niño me las pagará... -dijo.

Y así fue como, en vez del "hermoso infante" pedido en sueños, Nelly consiguió: un elefante.  Y es que el los deseos cuando se cumplen nunca son exactamente igual que como los imaginamos. Al igual que nuestros miedos nunca son tan pavorosos como nos parecen.

FIN.

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