EL FABRICANTE DE MUÑECAS


"EL FABRICANTE DE MUÑECAS"

(1er Premio del I Certamen de Relato Corto Abretelibro)
Publicado en "El Árbol de los Cuentos"




Pierre Dulac era un hombre honrado. Los que le conocían coincidían en que la delicadeza con que adornaba sus sombreros o las muñecas de porcelana que fabricaba, se había contagiado sin duda de su buen trato con la gente, pues tanta fama tenía por su esmerado trabajo como por su buena disposición para con los demás. Era un hombre entrado en años, de estatura baja, complexión fuerte, y grandes manos capaces de trabajar con pulso firme en los detalles más pequeños de sus muñecas y sombreros. Usaba unas gafas rectangulares de cristal grueso, que casi siempre resbalaban sobre su nariz dándole un aspecto cómico. Bajo sus cejas espesas y castañas se adivinaba una mirada afable e inteligente como pocas. Tenía los labios gruesos, el superior adornado con un gran bigote. En conjunto, podría decirse que era una persona muy querida por sus vecinos, respetada por todos los habitantes del pueblo, y temida por sus enemigos-pocos, uno o dos comerciantes celosos a lo más- que miraban con envidia su inigualable trabajo. Lo que no sabían es que una noche de cada mes, Pierre abandonaba el local un poco antes de lo acostumbrado; daba la vuelta al cartel de “abierto” y justo cuando el sol comenzaba a declinar, se encasquetaba con decisión su sombrero en la cabeza y partía presuroso hacia la colina. Eran esos unos momentos extraños en los que, si te cruzabas en su camino, resultaba muy difícil obtener de él alguna respuesta que no fuera un gruñido incomprensible.

- Buenas tardes, Pierre, veo que hoy te vas con prisa –le dijo un vecino. Un gruñido apresurado era todo lo que salía de su garganta.

- Que pase una buena tarde-le dijo la dueña del herbolario.

Con un resultado parecido al anterior. Callejeando por calles solitarias, en las que la luz languidecía al atardecer, se iba deshaciendo de las miradas furtivas de los posibles curiosos hasta que se sentía a salvo y tras cerciorarse varias veces de que nadie le seguía, se envolvía en una capa negra como la noche y se internaba en el bosque sin mirar atrás. Caminaba hacia lo profundo de la foresta las noches de luna nueva, cuando las estrellas eran más brillantes, hasta alcanzar la gruta que llevaba al corazón de la colina. Allí, un lago cuyo origen se desvanecía en la niebla del olvido, formado por el incesante caer de las gotas de agua que habían esculpido caprichosas estalactitas sobre él, estaba oculto el mayor secreto del artesano. Arrodillándose, metía con cuidado las manos en el agua hasta que tocaban fondo, y al volver a sacarlas extraía dos diminutas piedras de superficie tan pulida como brillante. Aquel era el material con el que fabricaba los ojos de sus preciadas muñecas. Y ése era el secreto de porqué eran las más hermosas de toda la región. Durante años, la gente se había conmovido al observar sus expresiones, que parecían dotar a aquellos seres inanimados de una misteriosa vida más allá de toda razón humana. Cada mes, Pierre Dulac acudía al lago con exactitud y recogía los materiales necesarios para terminar la muñeca en la que trabajaba el mes posterior. Y cada mes, el lago le regalaba dos piedras idénticas para llevar a cabo tal empresa. Pero he aquí que una noche el artesano sufrió un revés inesperado. Al mirar las palmas extendidas de sus manos, encontró dos piedras de colores diferentes, una era verde como la esmeralda más brillante, pero la otra era púrpura como el manto de la sotana del párroco. Contrariado, pues nunca el lago le había fallado al proporcionarle el material, volvió a introducir las manos y al sacarlas comprobó con desasosiego que el resultado era el mismo. Repitió la operación una y otra vez, y una y otra vez una piedra era verde y la otra violeta.

- Pero, ¿cómo? ¿Qué broma extraña es esta? –murmuró mirando a su alrededor desconfiado.

Al final desistió en su empeño y volvió a su casa abatido, pensando en el regocijo que sin duda causaría a sus enemigos el encontrarse con que la esperada obra del mes próximo tenía los ojos de diferente color. No obstante, como el encargo ya estaba hecho, debía terminar la muñeca, y como la tradición que le enseñó su abuelo le obligaba a elegir las piedras que sacaba a la par del mágico lago, no le quedaba más remedio que fabricarla con ellas. Trabajó día y noche y el resultado fue presentado en el escaparate al mediar el siguiente mes, como era su costumbre.

- ¡Mamá, mira que muñeca tan rara! –exclamó una niña al verla. - Debe de estar rota –repuso la madre extrañada-, Pierre no ha debido darse cuenta, tiene unos ojos muy raros…

- Son los años, querida –le confió la esposa del orfebre, con la que volvía del mercado-, al final al pobre Pierre también le han afectado.

El artesano, que escuchaba todo desde el interior, volvió la vista con gesto fastidiado.

- Va a ser mi ruina –rezongó en voz baja.

Aparte de tan pintoresco detalle, su obra era tan hermosa como las predecesoras. Tenía el cabello liso y negro, se derramaba sobre su frente y sus hombros como una cascada; sus labios brillaban sobre la piel blanca. Vestía un traje sencillo, al que el sol arrancaba reflejos tornasolados verdes y violetas. Pero lo más extraño de todo, no obstante, era su expresión. Pues los ojos de aquella muñeca miraban a través del cristal del escaparate con una mezcla extraña de temor y esperanza, como si esperara una aparición, a medio camino entre la sorpresa, el miedo y el ansia. Con el paso de las semanas, a Pierre le pareció que miraba asustada los rostros de los extraños que se detenían a mofarse de ella, y de paso, de su hacedor.

- ¡Vamos, largaos! –les espantaba el artesano-. Ya esta bien de molestar.

Cuando llegó el cliente, mostró una reacción similar a la del resto de curiosos. No solo expresó su decepción por la muñeca, sino que además se negó a pagar su precio.

- No es que sea horrible –le explicó a Pierre-, pero sus ojos son tan extraños… Nadie la comprará, te pagaré la mitad de lo convenido.

Cansado de tanto desprecio, de pronto el viejo artesano sintió un arrebato de amor por su obra, y se negó a dársela.

- La muñeca es mía –dijo-, y se quedará conmigo.

- ¡Pero nunca podrás venderla! –replicó su interlocutor-, si no me la das por este precio me encargaré personalmente de que todo el mundo sepa en la ciudad lo mal artesano que eres.

Su amenaza no fue en vano, y la lista de clientes de Pierre menguó gradualmente en unos pocos meses; pero a él le daba lo mismo, seguía fabricando los mejores sombreros y muñecas del mundo, y todo aquel que no lo apreciase era un ignorante que no merecía poseer piezas de tan elevada calidad. La muñeca con un ojo verde y el otro violeta permanecía en un rincón de una estantería y su gesto, otrora expectante y ansioso, se había tornado triste y melancólico, o al menos eso le parecía al artesano, que estaba convencido de que no era más que una ilusión, un reflejo de sus propios sentimientos, pues por muy hermosas que fueran sus muñecas, ninguna de ellas poseía un verdadero corazón. Un día ocioso, cada vez eran menos los que le encargaban trabajos, terminaba un sombrero cuando la campanilla de la puerta anunció un nuevo cliente. Con movimientos lentos y pesados, se levantó y abandonó su taller en la trastienda, para recibir al visitante. Era un hombre alto, ataviado con una capa negra que apenas dejaban entrever su figura. Llevaba una elegante chistera que caía sobre su frente apelmazando su cabello rubio. Poseía unos rasgos geométricamente hermosos, barbilla afilada, mejillas altas y ojos claros como la legendaria Laguna Azul de las tierras del norte. Su porte de caballero distinguido indudablemente indicaba que era un cliente de la ciudad. Pero por su extraño acento y las ropas que descubrió al abrir su capa, el artesano no dudó que debía ser extranjero. Desconfiado, le miró por encima de sus gafas.

- ¿Eres el fabricante de muñecas del que todo el mundo habla? –preguntó.

- Eso depende.

- ¿De qué?

- De lo que venga a buscar.

- Busco una muñeca muy especial –le dijo.

-Todas son especiales –contestó Pierre mirando su tienda-, elija la que guste, ¿es para su sobrina? ¿Su ahijada, quizá? ¿Cuál cree que le gustaría más?

El desconocido sonrió.

- Busco una muñeca con un ojo verde y el otro violeta.

El rostro de Pierre se congeló como si hubiera recibido un golpe.

- Si ha venido solo para mofarse de mí…

- No…, al contrario –repuso suavemente su interlocutor-, mi intención es bien diferente: quiero comprarla. ¿Es el hombre del que he oído hablar o no?

Pierre le miró unos instantes incrédulo y finalmente se dirigió a la trastienda, dónde desde hacía años la muñeca descansaba junto a la lámpara de aceite que iluminaba su mesa de trabajo. Volvió con ella al cabo de unos instantes.

- No sé si quiero deshacerme de ella… Se detuvo perplejo al contemplar sobre el mostrador un paquete desenvuelto, sobre el que descansaba un muñeco hecho de porcelana. Su rostro fino y su cabello moreno revelaba el trabajo de un artesano de increíble talento, mil veces superior al suyo; vestía ropas sencillas pero cuidadas hasta el mínimo detalle, y bajo sus cejas finas unos ojos con forma de avellana dejaban entrever unos iris de diferente color, el uno verde, el otro violeta.

- ¿De dónde ha salido…? –preguntó Pierre.

- Es más hermosa de lo que había imaginado-repuso el desconocido pasando por alto su comentario y refiriéndose a la muñeca del artesano-, ¿puedo verla?

- ¿Eh?, sí, claro…

- Esperaba que fuera bella, pero jamás pensé que lo sería tanto. Llevo años buscándola. -Juntó ambos muñecos sobre el mostrador y calló apenas un instante-. He cambiado de opinión, iba a comprarla pero tras conocerle creo que usted debe quedarse con ambos.

- No, no puede hacer eso –protestó Pierre.

- ¿Por qué no? Existen porque estaban destinados –replicó enigmáticamente el otro.

Y sin mediar palabra, tras saludar con el sombrero, dio media vuelta y salió del establecimiento. Pierre corrió tras él presuroso, pero no halló rastro del desconocido, ni del carruaje que hasta allí habría podido llevarlo. A buen seguro se había escondido en alguno de los callejones adyacentes al comercio, pero no se entretuvo en buscarlo. En lugar de ello, volvió a entrar en la tienda dónde ambos muñecos le estaban aguardando. Se rascó la cabeza aturdido y volvió a mirarlos despacio. Si su memoria no le fallaba, la expresión del muñeco no era tan alegre cuando lo vio por primera vez, y los ojos de su muñeca no brillaban tanto.

- Cosas raras están pasando hoy…

Desde aquel día, el muñeco y la muñeca contemplan el mundo desde el escaparate, atrayendo las miradas de los mismos curiosos que antaño se mofaban de ella y que ahora entraban a preguntar su precio.

- Lo siento, no está en venta –respondía siempre Pierre.

- ¿Para qué fabricarla entonces? –le preguntó un día una señora.

Pierre le dirigió una mirada divertida, por encima de sus gafas.

- Porque alguien la estaba esperando.



FIN

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