De lo que no fue -Cuentos del niño mensajero.

Este no es un relato hermoso de primavera. No habla de pájaros, ni de ardillas, ni de colores.
Nelly se había encerrado en casa, en el Ayuntamiento de la ciudad de los cuentos, enfadada, para llorar y llorar.
Llevaba ya un buen rato llorando cuando el niño mensajero se acercó sigilosamente a ella.
- ¡¡¡Le odio!!! -gritó Nelly.
Y vaya si le odiaba.
Era odio de verdad. Odio auténtico. Del que duele mucho y quema por dentro. Y lo que más le dolía en el fondo... era que odiaba al Muso.
- ¡Le odio! -repitió-. ¡Le odio un montón!
Y más llanto. Alzó la cabeza un instante para secarse las lágrimas:
- ¿No puedes hacer nada? -preguntó al cartero. 
- Sabes que tienes que pedir algo. Y tienes que ser concreta. Y pedirlo sin fisuras, de corazón. 
- ¡Le odio!
- Nelly...



Tras llorar y llorar y llorar y llorar. Y llorar un poco más. El cartero le preguntó:

- ¿Cómo te habías imaginado la semana?

- Pues... -dijo Nelly secándose las lágrimas y levantando la cabeza de nuevo-. Había pensado que todo sería maravilloso, y que trabajaríamos fenomenal... y que todo sería armonía y que yo podría aprender mucho. Ya sabes que me gusta estar cerca de él.

La alcaldesa dejó de llorar.

- ¿Y en lugar de eso?

- ¡En lugar de eso me he sentido desautorizada y sola!

De nuevo, más llanto. 

El cartero le sugirió (o más bien le permitió), recordar muchas cosas. Muchos escenarios. E incluso le recordó dos lágrimas que otra persona había vertido en su presencia, buscando también un refugio, un poco de apoyo. Las de Nelly era ardientes porque tenían mucha rabia dentro. 

- ¿Qué puedo hacer? -preguntó.

Había optado por varias soluciones: "que me de todo igual", "copiar a otros"... barajó muchas. Pero por experiencia...no funcionaban. Le había dicho cosas tan duras. Estaba tan equivocado. Se sentía tan atacada. Era tan injusto... 

- ¿Cómo te gusta trabajar, Nell?

- Pues... -de nuevo su rostro se animo un poco-. Me gusta que haya buen rollo, y que todos sean felices. Y la buena educación.

El cartero se llevó una mano a la barbilla y tras reflexionar, dijo:

- ¿No crees que quieres que todos sean felices a tu manera y como no puede ser, te enfadas? 

¡Pues en eso llevaba razón! Eso era verdad. Todo tenía que ser como Nelly juzgaba que debía de ser. Y como no era. Nelly lloraba. 

- ¿Y qué hago? 

- Escóndete. 

La alcaldesa se quedó pensando. 

- Te gusta el buen rollismo. No lo pierdas. Pero si quieres enfadarte y llorar... llora. Si quieres sentir una u otra cosa, siéntelo. Pero no se lo des a ellos. Es cosa tuya. Esto -le puso una mano en el corazón-. Es cosa tuya. Puedes levantarte e irte. Puedes hacer una pausa...puede importante poco o mucho. Puedes hacer lo que quieras. 

La alcaldesa se quedó pensando. Se dio cuenta entonces de que lo que más le dolía era haberse sentido enfrentada al Muso. Eso le dolía muchísimo. Muchísimo. Porque le admiraba. Pero era el escenario real. Era lo que había. Por más vueltas que le diera, el mundo estaba de ese modo. De repente desplazó el foco de su enfado hacia el cartero:

- ¡¡¡Pues entonces no quieras estar a su lado!!! -le dijo furiosa-. ¡¡¡¡Cuando quieras ponerte en contacto conmigo no le uses a él!!!!!

Y es que cuando Nelly se sentía saturada o agobiada... se iba a sentar junto al Muso. Sólo eso, en silencio. Y no tenía claro lo que pasaba o porqué pasaba, pero en apenas unos instantes se sentía mucho mejor. Renovada, feliz y centrada.

Pero claro, si le odiaba... ya no había Muso.
Con lo bueno que era.

Menudo dilema. 

- Busca algo que me sirva para que pase lo mismo que pasa cuando estoy cerca de él y...

- ¿buscas refugio?

- ¡Lo que sea! -dijo Nelly-. Pero búscalo. La semana que viene me voy a dedicar a otra cosa. Así que me dará igual lo que hagan ellos. ¡Busca cosas hermosas! -le pidió al cartero-. ¡Traéme algo maravilloso para que cuando necesite un respiro, no tenga que ir a sentarme junto al muso! Algo como una foto en el teléfono móvil... u otra cosa.

- Igual meditar... te ayuda. Igual te puedo dar un paisaje.

- ¡Me vale! -respondió Nelly resuelta.

Sí, un paisaje. Un paisaje era algo bien hermoso. Y no requería de la presencia de nadie. 

Y así fue como la Alcaldesa de la ciudad de los cuentos, después de pasarse unas cuantas horas odiando por lo que pudo ser y no fue, solicitó al cartero un paisaje (además de otras muchas cosas) Y de este modo el niño se marchó, tras darle algunos consejos, que esperó le fueran de ayuda. 

El principal era que no se preocupara demasiado. El segundo, que no le fuera dando su corazón a la gente.
Dijera lo que dijera el Muso, Nelly pensaba, sabía, que se equivocaba. Se equivocaba muchísimo. 
Y el único consuelo es que la semana había terminado y nunca, se dijo, nunca jamás, volvería a buscarle como refugio a sus desdichas.

Antes se iría a la máquina de cafés y se tomaría tres tés seguidos.
¡Y pensar que hasta le había llevado un regalo! ¡¿Para qué?! ¡No hacía falta! ¡El mundo no merecía la pena! Pensó. ¡Todo era un gran malentendido, todo eran problemas de comunicación en la raza humana! (misunderstood) 

Y así es como termina este relato, que no habla de pájaros ni de flores, pero que de vez en cuando, hace falta también. Porque cuando estamos tristes, escribir cuentos quita las penas.

FIN. 

1 comentarios:

Unknown dijo...

Tienes que aceptar la realidad tal y como es, y tú cambiar, para que a travès de tu cambio cambie esa realidad.

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