Esta mañana me he levantado temprano para volver a llevar a Cui-Cui al veterinario. Le he dado puré de pimientos, le he puesto una lámpara para que esté calentito, y luego he cogido el transportín y al igual que ayer y anteayer... fuí al veterinario.
Los imbéciles del Centro Comercial dejaron todas las puertas cerradas así que pasé quince minutos intentando entrar al centro, mientras la veterinaria me decía por teléfono que ella tampoco entendía a los idiotas que habían dejado todas las puertas cerradas.
Me enfadé.
Y cuando entré por fin, veinte minutos después, la doctora me dijo que el conejillo de indias había muerto.
- Se nota que está cuidado y que has hecho todo lo posible -me dijo-, pero estos animales, al ser tan pequeñitos y tener un metabolismo tan alto, tienen las defensas muy limitadas. La mañana es fría y seguramente no ha podido resistirlo. La próxima vez compra uno más grande.
Odio a los que venden Cui-Cuis tan pequeños, y a los lumbreras que no saben dejar una puerta abierta. Van y ponen: "Entrada para la clínica" y esta cerrada con candado. Vamos, para hacerles tragar el cartel.
Pobre Aristóteles. Me he debido gastar como cien euros en comida, jaula, casita, heno,... ¿y ahora que hago? Ya no quiero más mascotas. La del centro me consolaba. "Que no, mujer," me decía, "deja pasar un tiempo y acoge a otro.
"No,no,no,no..." qué disgusto. Aristóteles era perfecto.
Incluso le había puesto heno y dos mantas en el transportín.
Bueno, ... al final parece ser que sí haré ese viaje que tenía planeado. ¿Sabeis? La vida no es justa. Tanto esfuerzo para luego morirte. Alguien tendría que explicárme porqué nace un bichito tan simpático, peludito, hermoso y gracioso como Cui-Cui para que luego un constipado se lo lleve. Hoy escribiría un libro en el que no existiera la muerte.
Nell.